El lechero del pueblo azucarero
Al recordar mi pueblo, por ahí de los 90´s, queda en mi mente aquel grito que me motivaba a correr hacia afuera de la casa
de mi abuela, era aquel grito de ilusión del cual muchos niños esperaban con
ansia para recibir un sorbo de aquel entonces manantial llamado leche. Las
sonrisas no se hacían esperar con aquel señor que jalaba su carreta en aquellas
calles polvorientas y que lograba que la mayoría de mujeres y niños salieran a
esperarlo. Sí, era ese señor que secaba el sudor de su frente cuando se detenía.
¿Cómo esta doña María? le decía a mi abuela entre tertulia y tertulia. Yo solo
lo observaba y me encantaba montarme en aquel carruaje. Sí carruaje, así era
como lo veía desde mi perspectiva de niño y de aquel soldado que se esforzaba
por llevar el sustento diario a cada familia. Ese era para mí, en ese entonces, don Carlos Centeno el lechero de mi pueblo.
El comienzo de su eterno oficio
Carlos Luis Centeno Román nace en 1933
en La Suiza de Turrialba, sus padres oriundos de Chiriquí (Panamá) le enseñaron los
grandes valores como el trabajo y la honradez. A los ocho días de nacido lo
bautizaron en Turrialba ya que en esos tiempos el sacramento sólo se realizaban
en el cantón central. Sus padrinos fueron Bernardo Mora y María
Sanabria, dueños de un hotel en dicha ciudad. De ahí en adelante, en su
juventud demuestra el interés y las habilidades por el campo.
A sus 25 años pierde el dedo de su pie izquierdo, debido a su trabajo como agricultor y vendedor ambulante.
“Debía traer un poco de cal y un
amigo de la familia Esquivel, quien manejaba el "chapulin" me montó para llevarme
y me estripó el pie, de ahí me llevaron de urgencia al San Juan de Dios en San
José y fui llegando a las 3 a.m a Turrialba. Me dieron tres meses para ver si
el dedo sanaba, pero no hubo salvación”
Trabajó como fletero de café para el
beneficio de Canadá ganándose a peseta la cajuela.
¨Me encantaba hacer ese trabajo ya
que en esos tiempos ni carros habían, todos los días caminaba desde los altos
de Alemania hasta Canadá del distrito de La Suiza”
Años después contrae nupcias con doña
Rosa Montero Jiménez y para entonces no cuentan con casa propia, por lo que se trasladan a
vivir a El Carrizal a una cabaña de paja, allí comenzaron a vivir grandes
penurias: la pobreza y sobre todo la muerte de su hijo Ricardo. Los Fuentes, familia finquera de la zona, conocían a Centeno y le ofrecieron cuidar sus fincas.
En ese entonces el Joven trabajador acepta y se hace cargo de una
vaca que le dieron sus patrones, alimentando a sus hijos gracias a la leche del
ganado vacuno. Con el pasar del tiempo el joven agricultor les llevó a sus jefes
la misma vaca pero con un ternero, por lo que asombró al señor Fuentes, dándole
más vacas a éste, para que les sacara cría.
“A un señor le dejaba la leche ya
lista a las 4 de la mañana ya que debía ir a trabajar bien temprano , ganándome 15
centavos en ese tiempo y de ahí nació ser productor de leche del señor Fuentes
de Pacayitas, llegamos a tener cuarenta vacas de una vaca. Todas eran de mi
jefe, pero yo le asistía la finca y todos los viernes les llevaba a toda su
familia el comestible y el mondongo, en ese tiempo el mondongo era un manjar”
Luego al tener más clientes Carlos
viajaba hasta Turrialba, montándose a las 9 a.m en la cazadora propiedad de
Anibal Molina “el panadero” para llegar a repartir a los sectores aledaños del
cantón hasta que cayera el anochecer.
“Repartía la leche desde El Carrizal
a Pacayitas bajando por el Pacuare y demás sectores turrialbeños”
A sus 35 años, sus hijas ya son
señoritas, él decide renunciarle a la familia Fuentes y con 35 mil pesos de
prestaciones se marcha a la ciudad josefina ya que había perdido su casa y le
habían contado que la vida en la capital era más fácil en cuestión laboral,
allí compra una soda para administrarla junto a su esposa; sin embargo nada fue
color de rosa y para don Carlos ya en ese entonces, consigue trabajos como limpiador de ríos (sacando la basura), de peón en una fábrica de algodón. Aparte de esas labores debía madrugar nuevamente a las 3 a.m para abrir su soda a las 4
a.m.
“Lo que mejor recuerdo en esa época
fue que mis hijas me compraron los primeros zapatos, ya que toda la vida anduve
descalzo”
Al darse cuenta que la vida en la
capital tampoco era sencilla, Centeno decide regresar a su pueblo natal donde
se encuentra con Ruperto Fuentes quien le ofrece nuevamente el puesto de
administrador de finca y gracias a eso logra pagar la hipoteca de su casa, en
ese tiempo unos 10 mil pesos.
“Compraba árboles
de pejibaye y de ahí me daba la labor de producir, fui patrón de muchas
personas manejando las fincas del sector”
Centeno padre de 12 hijos, se levantaba
todos los días de madrugada a repartir la leche con carreta al
hombro, instrumento de trabajo que lo acompañaría hasta el final de su trabajo
como repartidor, ya que por motivos de salud, tuvo que abandonar aún en contra
de su voluntad. Ahora su familia cuida esta carreta como un tesoro.
“Esta carreta la pagué a hacer en el taller de
Juanra, ubicado por la clínica de La Suiza. Fue muchos años mi herramienta y mi
compañera de trabajo. Ahora, con estos añitos, yo ya no podía jalar la carreta
por la fuerza y muchas veces antes de llegar a mi casa, pedía ayuda para poderla
subir e incluso ya enviaba a personas externas a dejar la leche a otros
hogares, por esa complicación de salud mis hijos Ronald y Martín se dejaron a
cargo el trabajo¨
Actualmente don
Carlos Centeno padece de ceguera permanente debido a un un problema de
cataratas y varias operaciones que se realizó en los ojos y es asistido por su
enfermera personal, sin embargo el honrado trabajador logró sacar la casta por
su familia y darles una vida digna y de valores. Creyente de San Isidro Labrador y fiel católico, don Carlos vive agradecido con las personas en su
comunidad, ya que le llevan alimentos y uno que otro detalle.
“Escucho el rosario
varias veces al día, antes cuando podía moverme solo, después de terminar de
repartir mi producto pasaba al santísimo a darle gracias por mi trabajo y mi
familia”
A pesar de las adversidades don Carlos de 89 años, vive agradecido con la vida y de aquel trabajo que le permitió conocer a muchas personas y a encontrar grandes amigos. Y así, paso a paso que dio, sirvió para que aquellas botellas quedaran en nuestras memorias bajo el recuerdo de esas lecherías, que ya vacías, en los altos de las montañas del pueblo, extrañaban aquellas manos fuertes que las llenaban de vida.
Llegó la leche….
Roberto BreneZ / Comunicador
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